viernes, 22 de mayo de 2009

Improvisación

Te veo fumar. Tras el humo, languidece tu figura, que se desdibuja ante mí y se vuelve a componer, con el simple objeto de contemplarte. Tus ojos, huéspedes infinitos de mi curiosidad, se pierden en ese instante en pensamientos abstractos, leves imprecisiones que jamás conoceré con exactitud.
Yo no respondo. O simulo no responder ante lo que significan tus ojos para mí. Evito tu mirada, que es un camino de ida: hasta ahora nunca pude regresar al lugar donde estaba desde aquel instante en que la fijaste sobre mí. Te observo una vez más pero seguís ensimismado, en un ensueño exacerbado, que comienza a erizar mis instintos más profanos.
Entre vos y yo, lamentablemente hay más que humo. Laberintos indescifrables se empeñan en impedirme llegar a lo más hondo de tu ser, aunque lo anhelo desde el preciso momento en que tu esencia se posicionó en mi vida. Instante que maldigo y bendigo al mismo tiempo. Ilusión e impotencia, dos caras de una misma moneda.
Hasta que, repentinamente, clavás tus ojos en mi cuerpo. Me mirás con deseo, pero éste se sublima al instante. Me preguntás si me siento bien, yo asiento y bajo la cabeza. Ya vas por el segundo o tercer cigarrillo, y la situación se torna insostenible. ¿Cómo contenerme?
Tengo que hablar con vos, pero no sé qué decirte. A veces las palabras están de más. Miro tu boca, la ansío, y nos acercamos como por casualidad. En ese momento das la última pitada. Y así, entre la niebla y la última bocanada, nuestras bocas emprenden una labor lúdica, aplazando un placer distante en silencios fortuitos.