jueves, 11 de junio de 2009

Después de tí.

Era una tarde otoñal, lluviosa y gris, en la que me encontraba tremendamente angustiado. Entre el hastío y el enojo conmigo mismo, debido a la desorientación que sufría por el abandono de aquel ser a quien tanto amaba, rompí en llanto sin encontrar un sentido a todo lo que había vivido hasta entonces. Mi corazón latía y latía sólo por inercia. Ya era el cuarto día que me ausentaba de mi trabajo , y poco me hubiese importado perderlo. De hecho, si a algo deseaba renunciar, era, precisamente, a mi miserable y ridícula vida.
En aquella oscura y desolada habitación donde estaba, decidí sentarme sobre mi escritorio, tomé lápiz y papel y escribí, a modo de despedida, frases sueltas que brotaban desde lo más profundo de mi alma. Una rara mezcla de sentimientos encontrados ofició de inspiración de una forma inusitada. Su efecto fue tal, que me sorprendí al ver la cantidad de hojas que había escrito en el correr de las tres horas siguientes. En el momento en que me detuve, se produjo en mí una extraña sensación de sosiego; la transmutación de sensaciones al papel había servido de catarsis. Extasiado, comencé a releer esos pequeños retazos muy detenidamente. A los pocos minutos descubrí, debo confesar que con gran alivio de mi parte, que aquello que había escrito era una especie de elixir y que, a pesar de que nunca se me hubiera ocurrido ser autor, tenía un poder de expresión innato al que debía explotar.
Así fue que me anoté en un taller literario cercano a casa y emergió de mí una pasión desgarradora por crear. Un entusiasmo inesperado, que me devolvió, paulatinamente, las ganas de seguir viviendo.

Volver

Todo empezó la tarde de ayer, puesto que ahora deben ser las tres o las cuatro de la mañana. Madrugada del 25 de diciembre. Navidad. Sobre la mesa, todavía quedan restos de la insólita fiesta. La mayor parte de la familia ya duerme, mientras que otros continúan despiertos, conversando con el tío Daniel.
Los adultos sabían que, en cualquier momento, él estaría por llegar, pero aún así no esperaban que se acercara a saludarlos en Nochebuena. Era Ingeniero en Sistemas y vivía, hace ya muchos años, en Norteamérica, por razones laborales. Cada vez que los llamaba era motivo de emoción y alegría para todos, gracias a que tenía un espíritu joven, a pesar de su avanzada edad. Para potenciar la emoción, decidió disfrazarse de Papá Noel y acudir así a la tradicional cena familiar que se celebraba todos los años en la casa del abuelo, de modo que la sorpresa fuera completa.
El tío llegó a Ezeiza alrededor de las tres de la tarde, y desde allí tomó un taxi hacia el hotel donde se estaba alojando. Al arribar, se cambió con mucho entusiasmo, esperando a que se produjera el momento exacto para la vuelta a su hogar. En el camino, fue observando las calles, las fachadas de los edificios y se asombró de ver cuán cambiada estaba la ciudad. Un dejo de melancolía hizo rodar una lágrima por sus mejillas, hasta perderse en sus labios. Por un lado, el sentimiento de que aquél era su lugar, y por otra parte, el saber que debería volver pronto a Estados Unidos, le generó tal sentimiento. Ni hablar cuando estuvo parado frente a la puerta de la que había sido su casa natal. En aquel lugar, vestido como Santa Claus y estremeciéndose, se presentó, golpeando la puerta.
Como nadie lo esperaba, los invitados se fijaron por la mirilla y, al ver a un hombre disfrazado, pensaron que podía ser un delincuente y llamaron al 911. Así fue que llegaron los patrulleros e intentaron aprehender a Daniel. Todo el barrio se mantuvo alerta por los ruidos de las sirenas, mientras él trataba de explicar que todo había sido una sorpresa (malograda) para su familia. El abuelo, al verlo ya sin parte del disfraz lo reconoció y, pidiendo disculpas a los policías, les explicó que todo había sido un error.
Cuando el tío entró a la casa, después del incidente, todos se aproximaron a él para abrazarlo, besarlo y conversar. La familia se volvió a sentir plena con su presencia, y realmente no deseaban que se fuera. Y, aunque ninguno de ellos lo intuía, esta vez volvería para quedarse. Al sentir de nuevo el calor del hogar, la unión de la familia, y el canto de esa ciudad donde había crecido, sin pensarlo demasiado decidió renunciar a su trabajo y quedarse a vivir en la Argentina. Por esta razón, todos celebraron doblemente en estas fiestas, y más aún Daniel, feliz por volver a su verdadero sitio.

lunes, 1 de junio de 2009

Evasión

El sexo sangra.
Los ojos, gélidos.
Sos como un árbol,
cuyas ramas esperan
ser acariciadas por el cálido viento.

Estático.
Perversamente estático.
El agua recorre tu cuerpo desnudo.
No la sentís.
No podés verla.
Pero marca tu existencia, que es todo, y no es nada.
Y en ese instante maldecís cada segundo,
Cada mirada, cada palabra.

¿De qué sirve tu ser, mi ser, nuestro ser, el ser?
Átomo en fisión.
La demencia ganará esta vez.
Sentís el aire, sos libre.

Perros que aúllan:
¿qué más da, si siempre lo han hecho?
A medianoche, hilos carmesí recorrerán tu cuerpo,
tejiendo una realidad que jamás podrás ver.

¡Iluso!
Marchitas las flores de tu huerto están,
por haber precipitado tu fin.