jueves, 11 de junio de 2009

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Todo empezó la tarde de ayer, puesto que ahora deben ser las tres o las cuatro de la mañana. Madrugada del 25 de diciembre. Navidad. Sobre la mesa, todavía quedan restos de la insólita fiesta. La mayor parte de la familia ya duerme, mientras que otros continúan despiertos, conversando con el tío Daniel.
Los adultos sabían que, en cualquier momento, él estaría por llegar, pero aún así no esperaban que se acercara a saludarlos en Nochebuena. Era Ingeniero en Sistemas y vivía, hace ya muchos años, en Norteamérica, por razones laborales. Cada vez que los llamaba era motivo de emoción y alegría para todos, gracias a que tenía un espíritu joven, a pesar de su avanzada edad. Para potenciar la emoción, decidió disfrazarse de Papá Noel y acudir así a la tradicional cena familiar que se celebraba todos los años en la casa del abuelo, de modo que la sorpresa fuera completa.
El tío llegó a Ezeiza alrededor de las tres de la tarde, y desde allí tomó un taxi hacia el hotel donde se estaba alojando. Al arribar, se cambió con mucho entusiasmo, esperando a que se produjera el momento exacto para la vuelta a su hogar. En el camino, fue observando las calles, las fachadas de los edificios y se asombró de ver cuán cambiada estaba la ciudad. Un dejo de melancolía hizo rodar una lágrima por sus mejillas, hasta perderse en sus labios. Por un lado, el sentimiento de que aquél era su lugar, y por otra parte, el saber que debería volver pronto a Estados Unidos, le generó tal sentimiento. Ni hablar cuando estuvo parado frente a la puerta de la que había sido su casa natal. En aquel lugar, vestido como Santa Claus y estremeciéndose, se presentó, golpeando la puerta.
Como nadie lo esperaba, los invitados se fijaron por la mirilla y, al ver a un hombre disfrazado, pensaron que podía ser un delincuente y llamaron al 911. Así fue que llegaron los patrulleros e intentaron aprehender a Daniel. Todo el barrio se mantuvo alerta por los ruidos de las sirenas, mientras él trataba de explicar que todo había sido una sorpresa (malograda) para su familia. El abuelo, al verlo ya sin parte del disfraz lo reconoció y, pidiendo disculpas a los policías, les explicó que todo había sido un error.
Cuando el tío entró a la casa, después del incidente, todos se aproximaron a él para abrazarlo, besarlo y conversar. La familia se volvió a sentir plena con su presencia, y realmente no deseaban que se fuera. Y, aunque ninguno de ellos lo intuía, esta vez volvería para quedarse. Al sentir de nuevo el calor del hogar, la unión de la familia, y el canto de esa ciudad donde había crecido, sin pensarlo demasiado decidió renunciar a su trabajo y quedarse a vivir en la Argentina. Por esta razón, todos celebraron doblemente en estas fiestas, y más aún Daniel, feliz por volver a su verdadero sitio.

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