jueves, 11 de junio de 2009

Después de tí.

Era una tarde otoñal, lluviosa y gris, en la que me encontraba tremendamente angustiado. Entre el hastío y el enojo conmigo mismo, debido a la desorientación que sufría por el abandono de aquel ser a quien tanto amaba, rompí en llanto sin encontrar un sentido a todo lo que había vivido hasta entonces. Mi corazón latía y latía sólo por inercia. Ya era el cuarto día que me ausentaba de mi trabajo , y poco me hubiese importado perderlo. De hecho, si a algo deseaba renunciar, era, precisamente, a mi miserable y ridícula vida.
En aquella oscura y desolada habitación donde estaba, decidí sentarme sobre mi escritorio, tomé lápiz y papel y escribí, a modo de despedida, frases sueltas que brotaban desde lo más profundo de mi alma. Una rara mezcla de sentimientos encontrados ofició de inspiración de una forma inusitada. Su efecto fue tal, que me sorprendí al ver la cantidad de hojas que había escrito en el correr de las tres horas siguientes. En el momento en que me detuve, se produjo en mí una extraña sensación de sosiego; la transmutación de sensaciones al papel había servido de catarsis. Extasiado, comencé a releer esos pequeños retazos muy detenidamente. A los pocos minutos descubrí, debo confesar que con gran alivio de mi parte, que aquello que había escrito era una especie de elixir y que, a pesar de que nunca se me hubiera ocurrido ser autor, tenía un poder de expresión innato al que debía explotar.
Así fue que me anoté en un taller literario cercano a casa y emergió de mí una pasión desgarradora por crear. Un entusiasmo inesperado, que me devolvió, paulatinamente, las ganas de seguir viviendo.

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